EDUARDO BARREIROS, UNA VEZ MÁS UN ADELANTADO EN EL TIEMPO, YA EN 1991 ANIMABA A LAS AUTORIDADES CUBANAS A QUE SE LLEVASEN A CABO ALGUNOS DE LOS CAMBIOS QUE ÚLTIMAMENTE SE VIENEN INTRODUCIENDO EN LA ECONOMÍA DE LOS CUBANOS.
Eduardo Barreiros, una vez transcurrido el plazo de cinco años que el contrato suscrito con Chrysler para la venta de Barreiros Diesel le impuso impidiéndole dedicarse a cualquier actividad relacionada con el mundo de la automoción, acudió en 1980 al concurso internacional convocado por el gobierno cubano para fabricar motores en Cuba. Eliminadas otras marcas internacionales, en una interesantísima final de las pruebas en las que, compitieron Nissan y Barreiros, éste último resultó ganador, según acreditación y certificación de la Lloyds, que actuó como árbitro internacional.
Se inició seguidamente la fabricación de los motores Barreiros-Taíno, bajo la dirección de Eduardo Barreiros, que además desplazó a Cuba a un equipo de ingenieros y especialistas que habían trabajado con él en Barreiros Diesel, con objeto de formar al mismo tiempo a los técnicos cubanos.
Algunos años después, en 1991, Eduardo Barreiros escribió la carta que reproducimos a continuación:
Carta de Eduardo Barreiros a Fidel Castro, 6 de mayo de 1991
La historia de la humanidad es una historia de lucha. Pero no me refiero aquí a los grandes hitos históricos que realizaron grandes hombres, grandes gestas, de forma –digamos- «oficial», sino a esa lucha cotidiana, silenciosa y pertinaz que cada hombre lleva a cabo cada día de su vida.
Sabido es que, si el hombre no hubiera luchado por superarse, estaríamos todavía en la época de las cavernas y de la caza o, a lo sumo, en la aparentemente más romántica del pastoreo trashumante. Pero el hombre, gracias a su lucha diaria desde el principio de los tiempos, ha conseguido a lo largo de milenios establecerse y sacar provecho de cuanto la naturaleza ha puesto a su alcance. Es así como se ha logrado una civilización que, a pesar de muchos defectos que no conviene olvidar y mucho menos dar por resueltos, entre otras cosas ha alargado la vida del hombre y lo ha situado en un bienestar, para sí y para la sociedad formada, que no hace muchas décadas nuestros abuelos no hubieran podido siquiera vislumbrar.
Y, una vez que el hombre ha conseguido resolver su problema de subsistencia (alimentación, salud), es cuando ha podido mirar más alto y contemplar y abordar ideales a los que el hambre no permite siquiera asomarse.
Volviendo al día a día y, sobre todo en épocas de penuria o dificultades especiales, el ingenio del hombre ha sabido funcionar atinadamente. ¿Qué somos nosotros hoy, sino el resultado de los afanes y las acciones de nuestros ancestros más próximos y más lejanos?
Parece, pues, totalmente sano y aconsejable alentar al hombre, animarlo e incluso ayudarlo cuando y cuanto sea preciso para que sus afanes de superación o de subsistencia, según los casos, no se vean abortados o relegados al mundo de los sueños.
Dentro de la economía doméstica, por ejemplo (arte fino donde los haya), es mucho más normal que una mujer en su hogar cosa o remiende ropa para su familia, se las ingenie para sacar de un traje grande ya usado uno pequeño y «nuevo» para su hijito, que no que decida tirarlo a la basura sin aprovechar siquiera algo para el reciclaje, etc., etc. En cualquiera familia encontraríamos cientos de casos parecidos.
Es muy cómodo, en los países de mayor nivel económico, acercarse a un supermercado y abastecerse de una docena de huevos. Pero, ¿y cuando hay escasez, de medios o de producción? Alimentar dos o tres gallinas, con las sobras de la comida, puede ser una solución fácil, barata, práctica e incluso didáctica para los muchachos de una familia. Por supuesto, no es una solución para el centro de las ciudades, pero sí lo es, y muy cómoda, para el extrarradio o las afueras.
¿Por qué no criar un puerco, que no exige más que los sobrantes, los cuales, por cierto, transforma gratuitamente en alimentos de primera categoría, tanto por sus valores nutritivos como por su exquisitez? ¿Por qué no aprovechar el pequeño patio o la pequeña parcela junto a la casa para, además de flores, plantar una tomatera o unas lechugas? Habría proteínas, vitamina C y hierro, cuando menos, al alcance de la mano.
¿Y los Oficios?
Cuando uno pasea por viejas ciudades o pueblos de Europa, vieja también, uno se deleita y se maravilla de la organización que antaño existía en aquellas localidades. Así, todavía hoy en Toledo, en Orense, incluso en Madrid, leemos nombres de calles como Carpinteros, Zapaterías, Libreros, Tintoreros, etc. Y uno se imagina pequeños talleres en los que trabajaban dos o tres personas (posiblemente un maestro, un oficial y un aprendiz) en el mantenimiento de sus propias familias y la formación de un oficio que iba transmitiéndose a las generaciones más jóvenes (después, el aprendiz devenía oficial y, finalmente, se lo reconocía maestro, con los años y la experiencia). Barberos célebres, como para protagonizar una ópera; zapateros prodigios, como para hacer soñar a un niño; sastres valientes…; carpinteros capaces de dar vida a un muñeco de madera de pino…; cocineros para hacer más felices y más redondas nuestras panzas…; tintoreros, que rejuvenecen la ropa… Y, hoy en día, mecánicos que, como el médico al enfermo, recuperan la salud de desvencijados automóviles para transportar en ellos cuanto sea preciso.
Hay personas con valores «ocultos» que, con una pequeña posibilidad, pondrían los mismos al servicio de la sociedad. Un taller de carpintería resuelve los problemas de las mesas o de las sillas y estanterías, pero también el de subsistencia de una o dos familias y .el de formación de jóvenes. Igualmente una peluquería, de caballeros o de señoras. Y más aún un taller de reparaciones mecánicas. (Si se me permite el ejemplo personal, yo trabajé en uno de ellos, siendo muchacho.) Queremos hablar, en principio, de pequeños centros de trabajo, que generalmente son atendidos familiarmente, resolviendo el problema económico de la familia, formando profesionales en las distintas ramas y prestando un servicio a la sociedad a un coste muy económico y de una forma muy práctica.
Yo he conocido en Cuba -donde tanto y tan bueno he conocido humanamente-personas muy valiosas que no tienen medios para poner sus valores al servicio de la sociedad y al suyo propio. Hace unas semanas tuve que mandar reparar unos coches que tengo a mi servicio y no quise ocupar en ello a los técnicos de la fábrica, cuyo cometido es otro, evidentemente. No pude encontrar un taller donde realizar las reparaciones y alguien me presentó a dos hombres jóvenes, que me ofrecieron sus servicios. Trasladaron sus herramientas a un pequeño garaje que tengo delante de mi casa, y realizaron unos trabajos de reparación dignos de los mayores elogios. En vista del resultado, los recomendé a un amigo mío que tiene un Lada viejo, y se lo dejaron prácticamente como nuevo. Mi sorpresa fue enorme cuando supe, por habérselo preguntado yo mismo, que no disponían ni podían disponer de un pequeño taller propio donde ofrecer sus excelentes servicios a quien hubiere menester de ellos. Pero me explicaron que esto no sería legal, y que solamente sería posible para ellos una vez cumplidos los sesenta años, después de su retiro.
Hay muchos ejemplos, miles, de gente valiosa que no puede ejercer su profesión a satisfacción y que, por tratarse en muchos casos de personas jóvenes, piensan en emigrar en busca de posibilidades de desarrollarse. He conocido a un carpintero muy cualificado, verdadero artista de la madera, que me explicaba que, de poder desarrollar su actividad en la isla, jamás se iría de Cuba.
En los quince años que vivo en Cuba, he conocido a muchas personas con grandes valores, y me admira y me alegra su patriotismo y su fidelidad al régimen y al comandante Fidel, pero muchas de ellas han terminado confesando: «Pero mire, compañero Barreiros, mi tristeza es grande ya que no puedo desarrollar libremente mi profesión, y ello me conduce a marchar cuando pueda. Es una verdadera lástima…»
Ello me ha hecho pensar que los que se han ido y los que piensen en marchar habrán sentido y sentirán pánico, porque no deja de ser una aventura arriesgada y mucho más si existe una familia por medio. Sin embargo, es natural que el hombre quiera desarrollarse.
En la casa donde vivo ha habido necesidad de arreglar grifos de los baños, pero me fue imposible encontrar un pequeño taller de fontanería que lo hiciera. Lo mismo me ocurre con el arreglo de los zapatos.
He llegado a la conclusión, por tanto, de que si el Gobierno permitiese a los cubanos desarrollar esta serie de pequeños negocios o actividades que la población necesita, ello significaría un acierto tremendo desde diferentes aspectos: daría una alegría enorme a una parte muy importante de la población -a los que pudieran ejercer y a los que hicieran uso de los servicios prestados por los primeros-; frenaría la idea de marcha en muchas personas, sobre todo en gente joven que tendría ante sí un abanico de posibilidades más amplio dentro de la isla; daría una imagen de apertura ante el mundo entero, favoreciendo así, además, las ayudas de algunos países y de algunos sectores que hoy todavía son muy reticentes… y estoy seguro de que, con alguna posibilidad más de las que expongo -pequeña economía doméstica, pequeños talleres donde ejercer oficios con profesionalidad- , nadie pensaría en marchar, y el sistema actual no tendría por qué variar. Estoy convencido asimismo de que por el resto del mundo unas medidas de apertura como las mencionadas serían contempladas con satisfacción y redundarían en apoyos y ayudas hacia Cuba y los cubanos.
EDUARDO BARREIROS
La Habana, 6 de mayo de 1991.